domingo, 14 de agosto de 2011

NeuroAntropologia y comportamiento juvenil en Londres

Para una mejor comprensión y seguimiento de los acontecimientos de violencia desatada y consumismo clasista acaecidos en Londres durante esta pasada semana, El Periódico de Catalunya, publica dos artículos interesantes en su edición de hoy, en un intento de arrojar algo de luz en las infinitas dudas que están resquebrajando los pilares de la sociedad occidental y su modelo de integración multiculturalista. Así pues, con su artículo "Los británicos buscan las razones de los disturbios", la articulista Monserrat Radigales trata de alumbrar respuestas posibles a tanta sinrazón y violéncia desatada. Por su parte, Javier Elzo busca establecer puentes y posibles paralelismos entre la revolucion estructural de los jóvenes ingleses y la de los jóvenes de distintas partes del mundo.
Espero que disfruten de los artículos.


Los británicos buscan las razones de los disturbios(Monserrat Radigales)
La jueza Elizabeth Roscoe no se lo podía creer. Acababa de comparecer ante ella, en el Tribunal de Magistrados de Westminster, una niña de 14 años que había saqueado ropa, productos cosméticos y CDs de una tienda. A causa de su edad, la iba a dejar en libertad condicional, aunque bajo control electrónico e imponiéndole un toque de queda. «¿Donde están sus padres?», preguntó la jueza. Allí no estaban. No se habían molestado en acompañarla. La niña estaba sola en el juzgado.
La abogada defensora, Jenny Winter, explicó que los padres estaban trabajando pero que una hermana, también adolescente, estaba en casa. «Que llamen a los padres. Esta niña no sale de aquí hasta que uno de los dos venga a buscarla», replicó furiosa la magistrada. «Está muy bien que trabajen, pero su hija está en el banquillo de los acusados», añadió. Al final se pudo localizar a la madre que fue a buscarla. La menor llevaba tres semanas fuera de su casa, en el barrio londinense de Tottenham, y fue detenida cuando regresó con los artículos robados.
El incidente en el juzgado, ocurrido el viernes, ilustra uno de los argumentos más utilizados en el intento de explicar lo que parece inexplicable: la vorágine de violencia y robo a la que, durante cuatro noches, se entregaron miles de jóvenes y adolescentes en varias ciudades de Inglaterra. Según este razonamiento, muchos padres y madres han abdicado de su función parental y educativa. O pahttp://www.blogger.com/img/blank.gifsan de sus hijos o son incapaces de controlarlos o, incluso, no se atreven a enfrentarse a ellos.


FALTA DE RESPETO
Esta argumentación enlaza con otra igualmente extendida: la pérdida del respeto a la autoridad de los padres, de los maestros, de los poderes públicos. Y la falta de respeto por el prójimo. «Se ha acabado la época en que la gente decía ‘por favor’ y ‘gracias’”, se lamentaba un hombre de unos 50 años en la televisión. «Los niños llaman a sus maestros por el nombre de pila», se quejaba una mujer.


Sería absurdo generalizar. Los que participaron en los actos vandálicos son una minoría y, frente a ellos, se han producido innumerables muestras de civismo y solidaridad ciudadana, de las que han sido copartícipes mayores y jóvenes. Pero lo ocurrido es un síntoma de que algo anda muy mal. «Una parte de la sociedad está enferma», afirmó el primer ministro, David Cameron.
La dejadez parental es uno de los pocos argumentos en el que coinciden la derecha y parte de la izquierda. Y no falta quien culpa a los poderes públicos y la presión social. El sistema de protección de menores en Gran Bretaña es muy fuerte y algunos padres no se atreven a imponer una disciplina. El diario progresista The Guardian citaba el jueves a una mujer, llamada Chris que dijo sentirse presionada para no disciplinar a sus hijos. «La responsabilidad ha sido arrebatada a los padres. La gente aquí llama a los servicios sociales si te oyen levantando la voz a tu hijo (...) Está muy bien tratar de ser liberal, pero a los padres y las madres hay que devolverles el derecho a ser padre y madre», señaló Chris.


Clasford Stirling, un trabajador social que lleva años ocupándose de los problemas juveniles se muestra de acuerdo. «Los padres tienen miedo de castigar a los niños», afirmó.
Este país, de 61 millones de habitantes y uno de los más diversos del planeta desde el punto de vista étnico y cultural, está conmocionado y profundamente perplejo; no acaba de entender cómo ha podido ocurrir algo así. Políticos, sociólogos y todo tipo de expertos aventuran las más diversas teorías y se aprecia la división ideológica. Lo que es seguro es que no hay una única causa.
Para Cameron, se trata de «delincuencia, pura y simple». La número dos del Partido Laborista, Harriet Harman, afirmó que la única razón son los recortes que ha impuesto el Gobierno y que han dejado a los jóvenes sin perspectivas de futuro. Pero el líder laborista, Ed Miliband, se distanció en parte de este discurso y afirmó: «Todos nosotros somos responsables por la falta de responsabilidad en la sociedad».


El cierre de centros juveniles, la subida de las tasas universitarias, el paro, la exclusión social, las tácticas policiales de registros aleatorios en la calle, que a menudo se ceban en las minorías étnicas, todo parece haberse conjurado para crear resentimiento. La tasa de desempleo es del 7,7%, pero entre los jóvenes de hasta 24 años se eleva al 20%. Las estadísticas muestran casi un millón de ninis (ni estudian ni trabajan) en la franja de edad de los 16 a los 24 años. La crisis económica ha hecho mella. El consumismo y la frustración –no puedo comprar eso, lo robo– también. Pero, siendo cierto, nada de eso explica totalmente lo sucedido.
Porque ¿como se entiende que no hubiera disturbios en Gales, donde el paro juvenil (22,5%) es el más alto del país, y que sí los hubiera en Saint John’s Woods, uno de los distritos más acomodados de Londres, o en Enfield? ¿O que entre los detenidos haya un profesor, un estudiante de Derecho, la hija de un millonario a la que pillaron con varios televisores en el maletero del coche, o incluso una embajadora olímpica?
Algunos psicólogos han comparado el fenómeno con el de los hooligans en el fútbol. «En grupo, la gente se siente poderosa y hace cosas que nunca haría como individuo», afirma el criminólogo John Pitts.


Los jueces se muestran implacables pese a que se les acusa de blandos
«De nuevo en la calle», titulaba el viernes en portada el diario The Daily Telegraph. La prensa conservadora afirma que los jueces están siendo condescendientes con los procesados por los disturbios, a los que, señala, dejan en libertad.


Con las cifras en la mano, este argumento no se sostiene. Un estudio realizado por The Guardian muestra que en muy pocos casos se concede la libertad condicional y que los llamados tribunales de magistrados, que solo pueden imponer penas de hasta seis meses de cárcel o 5.000 libras de multa, pasan a menudo el caso a tribunales superiores por considerar que este castigo sería insuficiente.
En todo el año pasado estos tribunales de base solo decretaron prisión condicional en un 3,5% de los casos. La proporción esta semana es del 60%. Según la BBC, dos tercios de los acusados van a la cárcel tras la primera compareciencia cuando el índice habitual es del 10%.



JÓVENES EN LLAMAS(Javier Elzo)
Las violencias sacuden al Reino Unido desde el jueves de la semana pasada. Ese día, Mark Duggan, un hombre de 29 años y padre de cuatro hijos murió a consecuencia de los disparos de la policía en Tottenham, un barrio pobre del Norte de Londres, en circunstancias todavía no completamente aclaradas. Después, con una violencia inusitada, y sin que quepa hablar estrictamente de una relación causa-efecto, los desórdenes se extienden por gran parte de Londres, incluidas determinadas zonas muy turísticas como Oxford Circus y Notting Hill, así como en otras ciudades del Reino Unido.
Los jóvenes, así como los menores de 18 años son, en gran medida, los protagonistas. Todos hemos podido ver en televisión imágenes sobrecogedoras. David Cameron incrementó la presencia de policías y convocó una sesión de urgencia en el Parlamento para el jueves pasado. Hay cinco muertos, cuando escribo estas líneas, en relación a estos sucesos. 


Pero los desórdenes y violencias que estamos viendo esta semana en el Reino Unido, no son unos hechos aislados. Limitándonos a Europa y el Próximo Oriente y, comenzando con las revueltas francesas de otoño del año pasado, hemos sido testigos de disturbios en Túnez y Egipto, sin olvidar a Yemen y Jordania, la guerra abierta en Libia, las reiteradas matanzas en Siria, el 15-M en España y las manifestaciones de los tres últimos sábados en Israel, por citar solo las más calado. Todos con protagonistas jóvenes, aunque no con los mismos niveles violentos.
¿Qué está pasando con nuestros jóvenes?
Dentro de la innegable singularidad de cada acontecimiento, pues manifiestamente no es lo mismo el 15-M que lo que estamos viendo estos días en Inglaterra y lo que sucedió en lo que algunos denominan la primavera árabe, ¿cabe hablar de algunos factores comunes, explicativos, si no justificativos, de tantas revueltas juveniles en tan poco tiempo y en tantos lugares distintos? Pensamos que sí, y avanzaremos al final de este texto algunos elementos explicativos, no necesariamente justificativos. Pero veamos primero, de forma somera, los hechos de forma cronológica.

Los indignados de Hessel
¿Cómo explicar que centenares de miles de escolares adolescentes salieran a la calle con motivo de las prolongadas protestas sociales que estaba viviendo Francia, en octubre del año pasado, a consecuencia del empeño de su Gobierno de aumentar la edad legal de jubilación de los 60 a los 62 años? ¿Estaban pensando ya los chavales (y las chavalas, muy presentes) en su muy lejano retiro? ¿Estaríamos ante un conflicto de generaciones, bajo la hipótesis, sostenida por no pocos, de que la prolongación de la edad de jubilación conlleva un retraso en la entrada en el mercado de trabajo de los jóvenes o, en todo caso, una penalización en su ascenso laboral? Hipótesis, por cierto, que no tiene refrendo en los datos. En fin, ¿cómo explicar que la violencia de los escolares haya superado todas las habidas en mayo del 68, aunque sin llegar afortunadamente a las de la banlieue del 2005?
Un librillo escrito por Stéphane Hessel y publicado en diciembre pasado se ha venido como rosquillas y se ha traducido a multitud de idiomas, entre otros los cuatro oficiales de España. Hessel escribe sobre su paso por la Resistencia Francesa, la situación en Gaza, el deterioro de los derechos humanos en Francia y lo que denomina la «actual dictadura internacional de los mercados financieros que amenazan la paz y la democracia». Frases que esta misma semana tienen una actualidad más que inquietante.
Pero Hessel hace un llamamiento, especialmente a los jóvenes, para «indignarse y comprometerse» ante tantas injusticias: el trato a los emigrantes, a los indocumentados, a los gitanos, los riesgos para el futuro de la Seguridad Social, el aumento en las diferencias entre ricos y pobres, el control de los medios de comunicación por las grandes fortunas…
No es de extrañar que el término de Indignados, cuya actualidad de él proviene, haya pasado de adjetivo a sustantivo. Desgraciadamente también me resulta comprensible que no haya sucedido lo mismo con el término comprometidos que, sin embargo –acabamos de verlo– le acompaña, si no en el título, sí en el cuerpo del texto. Es más fácil indignarse que comprometerse.

La primavera árabe
Es un término que ha hecho fortuna, mas allá del de revuelta árabe, aunque no son necesariamente contrapuestos. La primavera siempre es preludio de algo que va a nacer, como consecuencia de una revuelta, en este caso. Es al menos la tesis de Tahar Ben Jelloun en un libro publicado este año (Alianza Editorial, en castellano) titulado, precisamente, La primavera árabe, donde detalla, país a país, lo sucedido desde el estallido de Túnez en diciembre. Seguimos, en parte al menos, su relato, pues no lo compartimos en su totalidad.



Según la prensa tunecina de enero pasado, casi uno de cada dos licenciados estaba en paro, más de 1,3 millones de escolares abandonaron los estudios entre el 2004 y el 2009, y el 70% de los jóvenes quieren emigrar. Entre tanto, la familia de Ben Ali, el derrocado dictador tunecino, amasaba poder y dinero a espuertas. Hizo falta una chispa para que todo saltara por los aires. Y esa chispa fue el suicidio a lo bonzo de un joven a quien la policía no le dejaba ganarse la vida con un chiringuito de verduras. Murió como consecuencia de las quemaduras y los jóvenes tomaron la calle y derrocaron el régimen. De ahí, cual efecto dominó, la revuelta árabe salta a Egipto, a Yemen, a Libia, a Jordania… a Israel.
Nos limitamos a Egipto, donde centenares de miles de personas se manifiestan ininterrumpidamente en la ya histórica plaza Tahrir. Los muertos en las tres semanas de revueltas son unos 300, según observadores independientes. Señala Tahar Ben Jelloun que «muchos perdieron sus vidas al inicio de las revueltas, cuando la policía disparaba con balas reales. Luego fueron los militantes del partido de Mubarak quienes atacaron a los manifestantes pacíficos y mataron a muchos». Refiere que, según The Guardian, la fortuna de Mubarak se calcula en 70.000 millones de dólares en unos fondos colocados en bancos suizos y británicos y en bienes inmobiliarios en Londres, Nueva York y Los Ángeles. La fortuna de sus hijos ascendería a 8.000 y 17.000 millones de dólares.

El 15-M en España
El caldo de cultivo del movimiento 15-M es la situación de cabreo generalizado ante la crisis, con un paro galopante, por un lado, y la sensación de un funcionamiento democrático que se percibe como no representativo de las demandas de la sociedad. De la juvenil en primer lugar (con altos porcentajes de paro), de la gente inquieta y con poco trabajo (por jubilación o paro) en segundo lugar. Aunque no hay que olvidar a los que, se haga lo que se haga, nunca se sentirán representados porque tampoco quieren aceptar los compromisos que conlleva la representación. Conviene no olvidar que, a tenor del Informe Jóvenes Españoles 2010, solo el 0,1% de los jóvenes españoles señalaban estar asociados en movimientos antiglobalización.
Precisamente, la mayor virtud del movimiento 15-M es lo que supone de aldabonazo a una sociedad dormida, resignada, individualista, placentera y que pide a la Administración –ya antes de la crisis– además de seguridad, que le proteja del paro y de la enfermedad, y le asegure buenas pensiones y mejores salarios.
Mirando al futuro, el movimiento del 15-M (a mi juicio, bienvenido sin lugar a dudas) debe superar dos escollos. El primero, impedir –lo que en gran medida han conseguido– que los antisistema violentos copen la movilización. El segundo, fomentar la reflexión ciudadana en torno a muchas de las buenas cuestiones que han salido en las marchas y en las acampadas, cuestión esta mucho más ardua.
Un estudio propiciado por la Universidad de Zaragoza sobre el movimiento 15-M analizó los 587.000 mensajes en Twitter procedentes de 87.000 usuarios entre el 25 abril y el 26 de mayo. Constata que el 52% de los mensajes fue generado por el 10% de nodos o usuarios, pero el último día de la investigación ese 52% de mensajes lo generaba solo un 1% de nodos o usuarios. En medio se constatan algunos picos como los se generaron tras la intervención de la policía en la plaza de Catalunya. Que muchos movimientos tienen su chispa de origen, o de rebote, en una actuación policial es cosa bien sabida, tanto por los policías como por los alborotadores y, no lo olvidemos, por los profesionales de la guerrilla urbana. Que haberlos,
haylos, como estamos viendo ahora en el Reino Unido.
Vale la pena reseñar, por último, cuáles fueron los perfiles de usuarios que destacan además de los acampados: políticos (en particular el lendakari, Patxi López) movimientos sociales, medios de comunicación, periodistas, cine y TV y blogueros. Si se observa, estamos en un universo bastante autorreferencial.
Estos últimos días, una parte de los indignados del 15-M, con el apoyo de movimientos laicistas radicales, están organizando actos coincidiendo con la próxima visita del Papa a las Jornadas Mundiales de la Juventud en Madrid. Nadie, que no sea de extrema derecha, discute el derecho a expresarse libremente y a manifestarlo públicamente. Pero hacerlo precisamente el mismo día y en los aledaños de lugar donde viene el líder religioso más importante del mundo es cualquier cosa menos una coincidencia. No es así como el imprescindible estado laico se afianzará entre nosotros. Desgraciadamente vivimos en la polarización y descalificación continuada. Así nos va.

Israel y su primavera
Comienza el editorial de Le Monde del 8 de agosto pasado con estas palabras: «Ironía de la historia: el eslogan faro del movimiento social que sacude Israel se inspira en el de las revueltas árabes. En El Cairo, los manifestantes gritaban: ‘El pueblo quiere la caída del régimen’, mientras que en Tel Aviv claman: ‘El pueblo quiere justicia social’».


Todo comenzó hace cuatro semanas cuando dos jóvenes plantaron la primera tienda de campaña en una importante avenida de Tel Aviv en protesta por el elevado precio de la vivienda. Desde entonces, ha habido varias concentraciones con más de 300.000 manifestantes. Es el comienzo de la primavera israelí, escriben algunos. Se han tocado dos puntos neurálgicos: el Ejército y el sabbat. Se pide menos dinero para el Ejército pues, por el coste de un avión de guerra, 60.000 estudiantes universitarios tendrían sus estudios gratis durante un año y, por el de un tanque, se pagaría la escolarización de 10.000 alumnos de secundaria. El sabbat, pues las concentraciones tienen lugar precisamente el día religioso para los judíos: el sábado.


Cuatro ideas mayores
Una: la importancia de las nuevas tecnologías. Para bien y para mal. No hay duda de que gracias a internet y las redes sociales la primavera árabe ha sido posible. Tahar Ben Jelloun, al final de su libro antes citado, lo dice con estas palabras: «Los jóvenes han visto que tienen la posibilidad de vivir mejor, de acabar con las dictaduras, de recuperar algo de dignidad? ¿Cómo? ¿Con qué instrumentos? Mediante el simple hecho de comunicarse, de intercambiar ideas, proyectos. El mundo es inmenso pero ahora está al alcance de la mano, de un simple clic».
Pero también sabemos, y los últimos sucesos del Reino Unido lo confirman con creces, que las nuevas tecnologías pueden servir a fines bien distintos. Valga como contrapeso a la cita deTahar Ben Jelloun esta otra de Marine Le Pen en junio pasado: «Los blogs, los foros, son espacios de intercambio, las ágoras de los tiempos modernos. Yo quiero preservar la red de las tentativas de control por parte de los enemigos del debate. (…) Hay que restaurar, preservar y santuarizar la libertad en internet».
Dos: el auge de la extrema derecha en el mundo. Además de su incremento presencial en lugares de gran tradición liberal como Holanda y algunos países nórdicos, sin olvidar el neoconservadurismo político religioso en EEUU, vale la pena consultar (en Le Monde del 5 de julio pasado) una radiografía detallada de la fuerza y evolución de las diferentes corrientes políticas en la red, en Francia, entre el 2007 y el 2011. Un dato: si en el 2007 la presencia de la extrema derecha se cifraba en el 4,9% de los nodos, subía en el 2011 al 12,5%.
Tres: las videovigilancias pueden ser útiles para detener a personas pero no impiden que se cometan atentados. Londres tiene la mayor red de videovigilancia de Europa. Pero los jóvenes vándalos campan a sus anchas, aunque después los detengan. Aún no nos hemos dado cuenta de que más control no supone más seguridad, sino más anonimato, más repliegue en lo personal, más delegación de responsabilidades en la ley y en las fuerzas del orden. En el Reino Unido, la BlackBerry fue el medio, anónimo, preferido por los insurgentes para comunicarse y organizar la protesta. Con mensajes como este: «¡Vamos a saquear las tiendas, venid a por cosas gratis!». Sí, «cosas gratis».
Cuatro y definitivo. Desde finales de los años 70 algo va mal en nuestra sociedad, como tan acertadamente diagnosticó Tony Judt. Lo que tienen en común las revueltas de Londres, París, Madrid, Tel Aviv, Túnez, El Cairo, etcétera, aun sin olvidar sus particularidades, insisto, es que hay mucha gente joven que está harta, excluida y sin horizonte. Son presa fácil para los violentos antisistema. (Por cierto, ¿dónde están y cómo viven los 900.000 jóvenes españoles, con escasa formación, que se han quedado sin trabajo por la crisis del ladrillo?). Además, las diferencias entre ricos y pobres están aumentando (en el caso del Reino Unido conviviendo en la acera de enfrente), y es insoportable por más tiempo que los anónimos (¿anónimos?) amos del mundo nos gobiernen a golpe de ratón hasta el punto de que, por su codicia, haya gente que se vaya literalmente a la calle incapaz de pagar sus préstamos hipotecarios.
En definitiva, es intolerable que el sistema financiero esté al mando del mundo porque hemos convertido al dinero en nuestro dios, las bolsas, particularmente Wall Street, en sus iglesias, y las agencias de rating, en la nueva inquisición. Si esto sigue así, y todo apunta a que seguirá así, quizás estemos en los estertores de una civilización.

4 comentarios:

  1. Hacia dónde va la juventud?
    Es posible predecir y, después, incidir en su comporamiento, a través de los conocimientos actuales proporcionados por las Neurociencias

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  2. ¿Cómo le dirías a un adolescente que no consumiese drogas? ...
    ¿cómo le pedirías a un adolescente moderación?
    ¿cómo le harías entender lo que sus acciones suponen en los demás?
    ¿pueden hacer algo contra la tiranía hormanal de ésta etapa tan conflictiva?

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  3. ustedes, los europeos, siempre tan ...

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